Wednesday, October 15, 2008

El poder del miedo

No sabía si aceptar o no. Se encontraba inmersa en esa duda si entraba en ese medio de tan mala fama pero donde podría aliviar una frustración o dejaba pasar la oportunidad y seguía viendo pasar injusticias sin hacer nada al respecto. Así se sentía Patricia o Patty como muchos la llamaban. Pareciera una decisión fácil y cualquiera que no estuviese en su situación se arriesgaría, sin saber lo que sería sumergirse en un mundo elegante, maquillado, donde creer la irrealidad impuesta es lo primordial para no ser acallado o literalmente acribillado, un mundo lleno de ciegos, sordos, mudos, que giran entorno a una ambición alejada de lo que debería ser su función de cambiar y mejorar. Patty, mi madre, sabía lo que podría enfrentar, pensaba en tantas situaciones que lograría cambiar, pero no podía ocultar el peligro con el que ya estaba familiarizada, aquella batalla del miedo, un miedo que se esparce rápidamente y se apodera de todos los sentidos, y no te deja pensar, no te deja actuar, te bloquea y por mas fuerte que sea la lucha es el miedo ante la muerte. Ya alguien muy cercano lo había vivido, ella lo sintió indirectamente, y por eso, la duda de arriesgar su estabilidad, su familia y su vida, la hacía enfrentarse con su espíritu de ayuda. Una situación de muchos, pero siempre con finales tristes, llenos de injusticia, decepción, impotencia, rabia y todo lo que produce la política y en este caso la colombiana.

El impulso la perseguía y se encarnaba en su novio quien le prometía ser una oportunidad única, de progreso económico, de sacar provecho y convertirse en aquellos ciegos, sordos y mudos que se benefician con esa vida cristalizada e inventada. Pero Patty lo veía distinto, sabía lo que ocurría y aunque su novio le demostró cuales eran sus intenciones, ella no quería ver la realidad de una persona que no compartía su espíritu de humildad.

La campaña política comenzó en medio de cocteles y promesas, llena de saludos fraternales de aquellos poderosos quienes sonreían y pensaban en como extirpar aquel contrincante que les pudiese quitar la jugosa suma que obtendrían al ganar. Las estrategias fluían para ilusionar a aquellas personas quienes creyentes les darían su voto el día de elecciones a cambio de un almuerzo y unas palabras bonitas. Patty entendió que así la idea plasmada fuese mejorar la calidad de vida de unas personas la realidad era convencerlos de que su situación estaba mejor que antes, así no lo fuera. Una realidad de ver como se jactan de sus logros aquellos que ansían el poder, como derrochan el dinero pero al momento de convencer a las personas de lo importante que son para ellos y para la solución de sus problemas, repiten un discurso, con gestos y señas ya trabajadas para resultar convincentes y gloriosos. Fue sorprendente para Patty conocer lugares ocultos y escondidos a pesar de estar ubicados en lo más alto de las lomas, donde no importaba ser la misma raza ni la misma gente. Era otro mundo, y si no pertenecías a el, podías ser eliminado, porque indirectamente serías considerado como uno de los culpables de que ese mundo existiese.

Patty sentía el poder que había anhelado, con su mirada fija e imponente, logró atravesar ese muro que separaba a ese otro mundo, y con ayuda de los que lideraban la seguridad de aquellos seres ocultos, utilizaba el poder entregado y absorbía todo su entorno para entender las necesidades primordiales de la zona. Una comunidad de calles sin pavimentar, de subidas y bajadas colmadas de rocas y basura, bordeada por un río lleno de sueños, metas, esperanzas, risas, llantos, todo lo que estas personas depositaban cuando llegaban allí, fuese para bañarse, subir agua a sus viviendas, pasear, jugar, o simplemente desahogarse en esa corriente que fluía como lo hacía el barrio Ciudad Bolívar, la zona mas alta de la ciudad de Bogota. No sólo la más alta, la más vistosa, sino también la más olvidada, la más aporreada por esos que presumían ser sus salvadores.

Patty logró la confianza de ser aceptada como una más, una posible salvadora de las victimas de la injusticia. Y esto lo logró quitándose prejuicios y cambiándolos por herramientas de ayuda, por sonrisas, abrazos, diferente al asco que sentían los miembros de ese grupo aspirante a una curul en el congreso de la república, incluido su novio. Un asco que les producía el olor a pobreza, a miseria, en casas de bareque, sin paredes, en espacios pequeños donde se acomodaban hasta 10 personas, espacios equivalentes al baño de estos supuestos salvadores. Sin contar que en ese espacio dormían, cocinaban, hacían sus necesidades, contaban historias, se escondían de la lluvia, prendían velas, o escuchaban radio de pilas, casi siempre robadas. Utilizaban un vocabulario extraño, ofensivo, pero quizás más sincero que el utilizado en cocteles de alta alcurnia. Patty entendió y apreció ese estilo de vida, pero lo entendió gracias a sus experiencias, a las enseñanzas de sus familiares quienes siempre le enseñaron a dar sin recibir, a tener humildad, respeto y no aceptar la injusticia.

Patty admiraba esas mujeres que madrugaban a trabajar, y sin opción alguna, caminaban hasta dos horas por esas lomas llenas de polvo, perros, gatos, orines, basura, y hasta cuerpos cubiertos de moscas que terminarían tirados al barranco. Veía tanto para hacer, tanto dolor por sanar, tantas ganas de salir adelante, y apoderándose de su espíritu de lucha irrumpió en los corazones fríos de su novio y sus secuaces, para que ellos, así fuese por interés, organizaran el equipo médico que sanaría o aliviaría dolores de esta comunidad poblada por el peligro y enfermedades. Niños y ancianos fueron primeros y sin saberlo, los únicos que se llenarían de ilusión al ver que su resignación ante el dolor podría tener fin.
Los días no daban abasto, Patty hubiese querido que fuesen más largos, cada vez se impresionaba más de la cantidad de personas gritando por ayuda. Los honorables salvadores nunca habían trabajado en jornadas tan extensas, pero Patty aprovechaba esa sed de ambición que los carcomía para que no descansaran y sin que se dieran cuenta cultivaran ese talento de servir a los demás, como dice aquella frase “el que no vive para servir, no sirve para vivir.” Y en medio de tanta necesidad, a Patty se le olvidó a quien representaba, se le olvidó el peligro que corría al estar enlazada en esa guerra por el poder. Ese olvido cubierto por una venda que la hacía sentir que sus manos tenían el alcance de cambiar todo lo que tocaran. Esa venda que la hacía subirse en una nube, y alegrarse de toda tristeza convertida en sonrisas, en esperanzas y en ilusiones. Esa venda que fue arrebatada, a golpes, usando el miedo como el arma mas contundente de los amantes del silencio, así lograron que esa mirada imponente de Patty se viera reducida al clamor por su vida, a la inofensiva mirada de una madre cabeza de familia, quien suplicaba ante la injusticia por un corazón que no la callara, que la dejara recoger esa venda de ayuda y anhelos. Pero la cabeza fría, cegada por el dinero pisoteó esa venda y la arrojó al olvido. Patty adueñada de un miedo incontrolable, arrinconada en un potrero con un arma apuntándole, y mirando fotografías nuestras, escritos donde especificaban nuestras horas de salida y llegada, nuestros colegios, detalles mínimos de sus seres queridos envueltos en la amenaza de muerte, solo pudo entender que su frustración seguiría, esa impotencia de no poder cambiar mas angustias, de tener que salir huyendo ante la desesperación de haber sido víctima de esa ansia de poder y dinero, que mata las voces que aclaman justicia, en ese lugar donde vale mas un centavo que la vida de una persona.

Andres Rios / Septiembre 15, 2008

Otra víctima más de los amantes del silencio

El sobre decía Servicios de Inmigración y estaba dirigido a Ana Maria Hurtado. Resaltaba en la mesa como pidiendo a gritos que fuese abierto, pero Ana lo veía con esa curiosidad envuelta en angustia de lo que definiría su futuro a partir de ese momento. Los recuerdos de todo aquel proceso comenzaron a resonar en medio de ese cansancio que la poseía por haber estado limpiando habitaciones de un hotel en el cual trabaja. No tocó el sobre, simplemente lo miraba mientras dejaba su portacomida al lado y se acomodaba con el placer de descansar, quitarse los zapatos y pensar. Pensar en lo que se había convertido su vida, en todo lo que había pasado y que ahora todo dependía de la respuesta de ese sobre. Recordó el momento en que llegó a su casa ubicada en un pueblo al nor-oeste de Colombia de clima bastante calido, sin viento pues esta encerrado entre dos montañas, donde solo bastaba con caminar para regar gotas de sudor por todo el cuerpo. Ese momento en que la imagen de la puerta principal medio abierta le infundió un miedo incontrolable pues presentía que algo había ocurrido. Solo pensó en sus hijos y empujó aquella puerta que le mostraría la seriedad del peligro que estaba corriendo. Una casa totalmente desbaratada, y una nota puesta en la pared de la sala con un spray verde que decía “le damos 24 horas pa que se pierda sapa hijueputa.” Los nervios no la dejaban pensar y solo buscaba entre el desorden a sus hijos, gritaba desconsolada sus nombres y cada vez se sumergía mas en sus lágrimas al no escuchar ninguna respuesta. No se había percatado que eran las 3 de la tarde y sus hijos estarían por llegar del colegio, como efectivamente sucedió. –Mama, ¿qué paso? Fueron esas palabras que despertaron a Ana, le devolvieron el corazón y en un salto abrazó a sus hijos y llorando les decía, “empaquen todo que nos tenemos que ir de acá.” Con lágrimas recorriendo su rostro Ana recordaba aquel momento crucial que la obligo a pedir Asilo Político en los Estados Unidos.

Había sido un proceso complejo que había tenido que enfrentar comenzando por la llegada a esa Iglesia, grande, de color rosado, donde tuvo que enfilarse y escuchar tantas historias por las cuales muchos colombianos se encontraban allí. Eran tantos que el sacerdote hacía pasar grupos de a 30 para explicarles en que consistía la ayuda de aquella Iglesia. Ana percibía caras contentas, otras inseguras pero todas con el mismo clamor de buscar tranquilidad y estabilidad lejos de Colombia.
– Nombre completo por favor, expresó una muchacha joven y muy cortante, la encargada de llenar papeles antes de entrar al recinto. En ese momento Ana comienza su travesía para lograr un estatus permanente en este país. El sacerdote explicó como la Iglesia se había convertido en el medio mas eficaz y seguro para la aprobación de los asilos. “Cada caso es distinto y será analizado para modificar o si es necesario acomodar ciertos datos,” esta frase inquietante hizo entender a Ana que quizás no era suficiente con lo que le había pasado.

Ana perteneció al partido liberal colombiano, encabezando la lista del senador Víctor Renan Barco en el municipio de la Dorada, Caldas, ubicado en el eje cafetero colombiano. El departamento de Caldas ha sido gobernado tradicionalmente por dos potencias políticas, Barco y Yépez. Era la primera vez que Ana rociaba la política en Colombia, y había sido escogida por Barco debido a que lideraba un proyecto para la creación viviendas para la comuna mas pobre de La Dorada. Un contrato de tan alta suma de dinero no podría ser aprobado sin el apoyo de algún sector político. Ana, mediante su trabajo como miembro del partido Barquista notó la desviación de los fondos para el proyecto que ella había sacado adelante e intento denunciarlo al jefe del partido. Al no tener contestación, quiso interponer una demanda pero fue amenazada hasta el punto que le dieron plazo de 24 horas para irse de la ciudad.
-Con la historia de esa manera, el asilo será negado, comentó el sacerdote mirando fijamente a Ana quien se encontraba al otro lado del escritorio. Ana perpleja se sorprendió aun mas cuando entendió que la situación era muy compleja debido a que Colombia es un país supuestamente democrático ante los ojos de Estados Unidos y por ende salir huyendo porque miembros de un sector político la amenazaron no es razón suficiente pues existen medios para ella hacerse proteger. La solución más fácil y eficiente fue cambiar la historia y decir que fue amenazada por la guerrilla colombiana FARC. – Así, el asilo está prácticamente ganado, aseguro el sacerdote.
La cita con el agente de inmigración fue lo más angustioso del proceso. Estar al frente de una persona cuestionando papeles y fechas, haciendo recordar hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido con la intención de sabotear esa ilusión de aquella persona que anhela una decisión positiva. Ana solo pensaba en su pueblo, aquel sitio donde guardaba sus secretos, nacieron sus hijos, estaban sus amigos, familiares, era reconocida, conversaba con las vecinas, y sabia lo que ocurría en cada esquina. Pero ahora no era lo mismo, no podría volver allí, tendría que comenzar en otra ciudad, sin conocer a nadie, sumergiéndose en un mundo extraño, una mujer de 40 anos, viuda, con dos hijos y sin un peso. Por eso no podría volver a Colombia, pues el lugar donde todo lo tenía no la dejaría estar allí ni por un instante. Los amantes del silencio usurpan como espíritus que rodean todo el lugar y se aseguran que aquellos amenazados no vuelvan allí.

Eran muchas las razones que dificultaban abrir aquel sobre, pero había que hacerlo y enfrentar cualquier decisión. Ana rasgó el sobre por un lado como siempre suele abrirlos y de una forma muy calmada extrae ese papel definitivo. Sin saber mucho ingles vio en el cuadro superior derecho en mayúsculas que decía “APPROVED.” Sin emocionarse del todo salio de su casa y le pidió el favor al vecino que le confirmara lo que ella creía haber visto. Quería estar totalmente segura que allí decía la aprobación de su asilo, y efectivamente, su estadía en este país ya podría ser permanente, ese peso de encima se le cayó y solo faltaría comentarles a sus hijos que por fin estarían tranquilos, lejos de la zozobra y la amenaza que vivieron en ese pueblo que tanto quieren, La Dorada.

Andres Rios / Septiembre 29, 2008